SER PAPÁ EN EL PERÚ DEL SIGLO XXI

El siglo XXI no solo significa una nueva era en la historia de la humanidad, sino que también representa una experiencia de vida compleja y desafiante para quienes somos papás, puesto que el Perú del nuevo milenio nos viene enfrentando – en estas dos primeras décadas del siglo XXI -, a un convulso escenario social marcado por el cáncer de la corrupción institucionalizada, el incremento de la pobreza y la inseguridad ciudadana, así como la violencia de género y el problema de la salud mental. En medio de este intrincado entorno social en el que se encuentra nuestro país, ser papá en el Perú del siglo XXI, constituye un verdadero desafío para quienes buscamos edificar una familia, debido a que, principalmente la estructura familiar se ha visto resquebrajada en este nuevo siglo. Así por ejemplo, si se analiza la presencia del padre en los hogares peruanos, se descubre que de acuerdo con la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES), en 1992, el 85% de hogares la jefatura era masculina, mientras que para el 2015 hubo una disminución de once puntos porcentuales. El incremento de los hogares con jefatura femenina estaría relacionado con el importante aumento de las mujeres divorciadas, separadas y viudas durante el mismo lapso. No cabe duda, que detrás de esta preocupante realidad, la ausencia de la figura paterna también genera un impacto entre los miembros de la familia: desbalance en la economía del hogar, trastornos psicológicos en los hijos e incremento del estrés y problemas de salud en la madre, quien debe en muchas ocasiones mantener y criar sola a sus hijos.

Preguntémonos, ¿cómo afecta la corrupción institucionalizada en rol del padre peruano? Aunque no existen investigaciones o estudios científicos que analicen la relación entre estas dos variables, desde mi experiencia del ejercicio de la paternidad, puedo advertir que el cáncer de la corrupción institucionalizada en nuestro país, también influye en rol del papá peruano, porque, muchas veces este mal endémico de nuestra sociedad lo enfrentará a situaciones límites, donde en no pocas ocasiones, las necesidades materiales familiares lo obligarán a sucumbir ante las tentaciones que la corrupción le presenta. Asimismo, más allá de la dimensión material de la corrupción, esta se vuelve en un mal hábito que penetra los cimientos de la familia – donde dicho sea de paso se advierte una carencia y fragilidad en la formación de valores-, convirtiéndose de esta manera en un pernicioso referente de vida para los hijos, quienes empiezan a entender que la corrupción es una práctica común y válida que se debe perennizar en nuestra relaciones sociales e interpersonales. Así por ejemplo, un papá podría decirle a su hijo que muchas veces para obtener un puesto laboral, una licencia de conducir o un trato preferencial en una entidad del Estado, es necesario pagar una coima. Como se puede apreciar en este sencillo ejemplo, la corrupción se va convirtiendo en un raro fenómeno hereditario que, de esta manera, deteriora los cimientos de la familia, puesto que, coloca el interés y la satisfacción de las expectativas personales por encima del bien común.

Por otro lado, sabían ustedes que según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho), realizada por el INEI, la tasa de pobreza se elevó un punto porcentual el año pasado, al pasar del 20,7% al 21,7% de la población. Asimismo, el hacinamiento, la falta de acceso a la salud y a los servicios básicos son problemas que enfrentan las personas pobres que viven en la ciudad. Solo el 5 % de peruanos pobres tiene acceso a un empleo formal por lo que muchas de ellos sobreviven gracias a programas sociales como comedores populares. Es en este difícil contexto, en el que muchos papás deben sacar adelante a sus familias, tarea nada sencilla, que requiere de una enorme fuerza de voluntad por parte del progenitor. De ahí que muchos jefes de hogar, ante la falta de oportunidades de acceder a un empleo formal o la precarización de las condiciones laborales en las que muchos de ellos trabajan, encuentran en el comercio informal una opción para generar ingresos económicos que permitan satisfacer las necesidades básica de la familia; sin embargo, muchas  veces estos no permiten cubrir la canasta familiar, por lo que los demás miembros de la familia deben también colaborar con la economía del hogar. Aquí se desencadena otra consecuencia de la problemática de la pobreza en el Perú; es decir, muchos niños que pertenecen a hogares pobres se ven en la necesidad de trabajar desde muy pequeños, postergando en muchas ocasiones su proyecto de vida personal; por ello, se dice también que la pobreza se convierte en un círculo vicioso y muy difícil de romper.

Otro problemática social que significa todo un desafío para el rol del papá peruano del siglo XXI es la inseguridad ciudadana que diariamente pone en vilo a nuestra sociedad y lamentablemente acaba con la vida de muchos compatriotas. No cabe duda, que la inseguridad ciudadana es una clara amenaza también para las familias, porque, ahora debemos destinar recursos para implementar sistemas de video vigilancia, asegurar puertas y ventanas e incluso pagar servicios de seguridad particular para contrarrestar esta ola de violencia que crece de forma exponencial. Al considerarse la seguridad una necesidad básica para toda familia, entonces, ello significa que muchas veces los papás nos veamos en la imperiosa obligación de invertir parte de nuestros ingresos para proteger a la familia; sin embargo, estos costos generan un impacto en la economía del hogar, lo que conlleva a que los padres busquen otras fuentes de ingresos, y por ende, su ausencia en el hogar aumenta. Lamentablemente, nadie está libre de que ladrones entren a su casa a robar. De acuerdo con el INEI, una de cada diez viviendas de las ciudades peruanas ha sufrido un robo o intento de robo. Esta percepción está haciendo que cada vez más peruanos opten por contratar un sistema de alarma en sus hogares. Otro impacto que también nos deja la inseguridad ciudadana es la desconfianza generalizada por el otro que se puede percibir en la mayoría de peruanos; dicho de otro modo, este temor razonable está también mellando nuestras relaciones interpersonales, en nuestra condición de ciudadanos y vecinos de una determinada comunidad.

Ahora bien, la violencia de género en el Perú tiene un estrecho vínculo con la figura del padre, debido a que, en la mayor parte de los casos esta violencia tiene como agresor o victimario al papá, quien intenta justificar su vehemencia debido a las dificultades económicas, celos o conflictos de pareja. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que muchos hombres ejercen su paternidad a la sombra de una formación que es resultado de una marcada cultura patriarcal y machista; es decir, ellos repiten patrones de crianza con los hijos y relaciones de pareja que aprendieron en sus familias de origen. De ahí que sea preciso reparar en las palabras de la investigadora y catedrática canadiense Toni Schmader, profesora de psicología en la Universidad de British Columbia, quien refiere: “Cuando se aprenden los roles de género, las acciones y actitudes implícitas hablan más que las palabras”; y en otro momento señala que: “Los padres están orgullosos de enseñar a sus hijos que ellos pueden ser lo que quieran. Sin embargo, el comportamiento de los padres y la propia cultura siguen reforzando los roles de género tradicionales femeninos”. Es decir, que los niños no solo se fijan en las palabras y su educación viene dada por el comportamiento familiar, factores como que mamá limpie o cocine más que papá o que papá trabaje más tiempo fuera de casa que mamá influyen y afectan al desarrollo futuro de los niños. Esto último, debo merecer nuestra atención como sociedad y familia, porque quienes tenemos el rol de progenitores sabemos que nuestro comportamiento tiene una enorme repercusión positiva y negativa en la formación de los hijos.

Por último, el problema de salud mental también guarda estrecha relación con la función que ejercen los papás en el Perú, debido a que, muchos de ellos ignoran que padecen de algún tipo de trastorno de personalidad, porque consideran que la salud mental no es tan relevante como la fisiológica. Cabe mencionar que en el Perú, 2 de cada 10 personas sufren algún problema mental al año. Asimismo, el 30% de la población ha padecido un trastorno alguna vez en su vida. De los 6 millones de potenciales pacientes, solo un millón es atendido en el Minsa. La depresión y la ansiedad son los problemas más recurrentes. Si bien faltan mayores recursos, hogares deben priorizar la salud mental de sus integrantes. Y por las condiciones de vida tan difíciles que debemos enfrentar en nuestra sociedad, no es exagerado pensar que muchos papás manifiesten una clara tendencia a desarrollar cuadros de depresión y ansiedad, lo que a los postre desencadenará en muchos conflictos intrapersonales y también de violencia familiar, donde los hijos se convierten en víctimas de sus propios progenitores. De acuerdo con, Rolando Pomalima Rodríguez, psiquiatra y director de Investigación Docencia y Atención Especializada en Niños y Adolescentes del INSM, refiere que en dicha institución lo que prevalece son los trastornos depresivos asociados a ideas suicidas. “La ideación suicida es muy frecuente en el país y aparece en todos los estudios epidemiológicos desde el año 2012. Estos revelan que hay un 20% o 25% de adolescentes que tienen deseos de morir y un 10% o 15% que intenta llevar a cabo su intensión”.

Como se puede inferir, ser papá en el Perú del siglo XXI no es un rol sencillo de ejercer, estas dos primeras décadas del nuevo milenio nos enfrenta a importantes desafíos y problemas sociales con que debemos lidiar todos los días; sin embargo, tenemos también la enorme responsabilidad de buscar mecanismos y estrategias que nos ayuden a superar estas dificultades. Quizás sea viable la posibilidad de gestionar, desde la sociedad civil, iniciativas ciudadanas que contribuyan con desarrollar buenas prácticas de convivencia familiar. Un llamado, a través de este escrito, a los candidatos que aspiran en convertirse en nuevas autoridades distritales, municipales y regionales, en las elecciones de octubre, para que incluyan dentro de sus planes de gobierno, programas para la promoción y fomento de la familia, en tanto núcleo básico de la sociedad, llamada a convertirse en generadora del cambio social que todos deseamos para nuestro país. Finalmente, quiero aprovechar este espacio para saludar a todos los papás del país, y de manera especial, mi reconocimiento y agradecimiento a todos aquellos padres que se esfuerzan por seguir formando con valores a sus hijos. No quiero terminar sin antes, agradecer infinitamente a don Enrique Nicolás, mi papá, por su ejemplo de vida y por legarnos, a sus cinco hijos, la mejor de las herencias que una persona puede recibir: amor, valores y educación.

JESÚS ALBERTO PAIBA SAMAMÉ

Docente universitario & Capacitador CIETSI

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